lunes, 11 de abril de 2011

Undécima cosa importante: Ser realista y aclarar tus propios sentimientos.

  Le echaba de menos. Añoraba su significado en su día a día. Todo lo que le aportaba y todo lo que implicaba tenerlo en su vida. Habían intentado algo que no tenía sentido. Porque nada tenía sentido. Lo miraba, y veía a una persona a la que quería muchísimo, a la que apreciaba con locura y con la que sabía que podía contar para cualquier momento de indecisión, porque él era, ante todo, indeciso; muy indeciso. Lo miraba, y le parecía un niño de 6 años que, sentado en el suelo del parque, se comía un regaliz rojo, de esos que tanto le gustaban, mientras pensaba qué hacer para decirle a esa chica de ojos azules que le gustaba. Que quería que fueran novios. Cuando somos adultos, no es muy diferente. Nos resguardamos en cualquier tontería para pensar en cómo hacer para que esa historia salga bien, para que sea real y para que funcione. Pensar en cómo hacer para que esa persona que tanto quieres sonría, aunque para eso tengas que chillar un te quiero, o pintar las paredes de corazones.
  Y ahí estaba él, mirando para ella. Otra vez. Como tantas veces. Se giró, y le saludó dedicándole una de sus maravillosas sonrisas, de esas que conseguían que cualquiera sonriera a su lado, y de esas que te hacían llegar a cualquier hermoso lugar.  Le devolvió el saludo, pero no la sonrisa. Se había quedado pensando que podrían encajar a la perfección, que serían felices juntos y que una simple sonrisa cómplice serviría para solucionar cualquier problema. Pero la vida se había empeñado en no juntarles, en no darles lo que querían, en no hacer que la mirada definitiva les hiciese fundirse en un beso interminable que los uniera para siempre.  Pero no se habían molestado en llevarle la contraria a la vida ni al destino. Y todo había sido finalizado sin un adiós.
  Un poco más allá, ella se puso los cascos y sacó su blackberry. Necesitaba escribir. Necesitaba desahogar y contarle a sus entrañas cómo se sentía. Se acordó de aquella noche, no hacía muchas semanas atrás, en la que se habían encontrado por casualidad paseando por la playa. La brisa del mar les llenaba el pensamiento de cosas sin importancia, hasta que de repente, sus miradas se habían cruzado, se habían sonreído y, sin preguntar, se habían acercado. Se cogieron de las manos, y se volvieron a mirar.

   -Sabes que esto ya no es posible. Que no funcionaría, que no saldría bien. Y no porque no haya          sentimientos ni ganas por ambas partes... Han sido demasiadas cosas y ya no tiene sentido. -El asintió.-Nuestro momento y nuestro lugar ha pasado. Y no nos queda más remedio que aceptarlo. 

   A ella se le llenaron los ojos de lágrimas y él le subió la barbilla hasta que le miró.

   -Solo quiero hacer una cosa, no quedarme con las ganas de algo. ¿Me dejas?- Ella asintió en silencio y se secó las lágrimas.

  Él, silenciosamente se acercó, y sin apartar su mirada, la besó. Y fue un beso en el que ni él pudo reprimir una lágrima. Fue un beso largo, cariñoso, de película. Sus estómagos parecían arderles y sus almas parecían conectadas y encajas a la perfección.
  Se separaron y, a la vez, dos te quiero se perdieron entre la fría noche de febrero.  La complicidad entre ellos nunca se iría. Sabían que siempre había algo que los iba a mantener unidos, aunque hiciesen como si nada hubiese pasado. Se abrazaron y pasearon durante largo rato por la arena. Jugaron como niños y se rieron como dos jóvenes que tenían muchas cosas por vivir y aprender. 
  Horas más tarde, se fundieron en un último abrazo, y se despidieron. Cada uno por su lado, se perdieron en las frías noches de febrero para volver a la realidad. Para darse cuenta de que todo esto nunca podría funcionar, porque no estaba destinado que estuvieran juntos. Algo sí estaba claro: solo ellos serían realmente conscientes de todos los sentimientos que esta historia había implicado, todo lo unidos que estaban y todo lo que se querían a pesar de las circunstancias.
  Cambió de canción. Eran demasiadas cosas y debía volver a la realidad. De pronto, un nuevo mensaje llegó a su adorada blackberry, la que tantos secretos escondía, la que tantas cosas sabía y la que tantas reflexiones y sentimientos guardaba. Lo abrió, y sonrió. Sonrió como una persona que está descubriendo que hay alguien que quiere hacerle sonreír así todos los días. No sabía lo que significaba ese nuevo él en su vida, pero sabía que podría hacerla muy feliz. A pesar de todo ello, tenía dudas, muchas dudas. Para empezar, tenía miedo a arriesgarse y perder, que algo saliera mal; las posibilidades eran muchas pero, si salía bien, la recompensa sería mucho mayor. Para seguir, estaba ese él del que tardaría en olvidarse. No podía evitarlo ni podía ignorar ese sentimiento, peor no tenía prisa. Tenía todo el tiempo del mundo para saber si quería arriesgarse o no.  No quería precipitarse, a nada. A dejarlo ir ni a implicarse demasiado. De momento no. No se sentía preparada, no se sentía con ganas de tanto. Pero sabía que, tarde o temprano, descubriría las respuestas a esas preguntas.
  Pensó en esos detalles que tenía de vez en cuando, esos que le hacían sonreír y sentirse como una niña pequeña jugando en la playa con las olas del mar. No fue capaz de reprimir una sonrisa. Una sonrisa que se encargaba de indicarle la dirección en la que irían esas respuestas. Y le gustaba lo que veía. Sin pensárselo más, respondió, y supo que, no muy lejos de ella, había alguien que también estaba empezando a compartir nuevos sentimientos con otra persona.  Pero no le importó; al contrario. Le alegró. Porque sabía que no cambiarían las cosas por mucho que se empeñase y que, le gustaba el sentido que estaba tomando su nueva vida, su nueva ella.
  No sabía por qué, pero tarde o temprano, las cosas cambiarían a mejor. Era optimista, y eso era algo que nadie le cambiaría nunca. Puso esa canción que tanto le gustaba, que tanto le recordaba a él. Le sonó raro. Pero no hizo caso de sus miedos. No hizo caso de sus temores y, siguiendo la famosa teoría de piscinas, pensó que ese era un buen momento para tirarse a esta porque, parecía que estaba casi llena. No sabía por qué, pero era consciente de que acertaría. Y no quería perder más tiempo para comprobarlo.

  El autobús se alejó mientras muchos sueños y sentimientos se perdían al chocar contra el viento. Ella quería. Él quería. Y aunque todo esto sonara muy absurdo, a la vida le estaba gustando esta historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario