viernes, 4 de noviembre de 2011

Cuando lo importante deja de ser el amor a los demás y pasa a ser el amor a tí mismo.

  Se sentó en el bordillo de aquel muro de piedra. El aire le revolvía el pelo y la brisa marina se le escondía debajo de la ropa. Delante suyo, el mar se antojaba infinito y la incertidumbre, mucho mayor que el final de aquellas vistas, donde el mar y el cielo ya no eran capaces de diferenciarse a la vista de unos simples ojos humanos. El atardecer acudía lentamente, mientras el sol se resistía a marcharse. La playa estaba vacía, como tantas veces. Pero en este momento, miró a su alrededor y no había nadie; aunque tampoco buscaba una persona en la que refugiarse. Por aquella cabeza rubia habían pasado pensamientos e ideas que no quería recordar. Imágenes de aquellos tiempos que le gustaría olvidar.
  Se apartó el pelo de la cara, inquieta. Estaba muy perdida; había pasado unos meses un tanto complicados, había echado más de una lágrima y no sabía muy bien a dónde ir en momentos como ese. En esa playa, parecía que la calma volvía a ella, le daba la sensación de que todo iba a salir bien, de que lo peor ya había pasado y de que no había sido tan grave como a veces podía parecer.
  Pero tenía que reconocerse a sí misma que lo había pasado mal, que le estaba costando salir de aquello y que no era fácil sentarse un día, ponerse a llorar, sin más y reconocerse que no estaba bien, que había un problema y que debía solucionarse porque si no, acabaría con ella.  Tampoco era fácil el hecho de fingir que no pasaba nada ante los demás, porque muchas veces, era difícil, era muy difícil. Y todo por la sencilla razón de que cuando tienes un problema, se te presentan fantasmas constantemente, en cualquier lugar. Y debes aprender a enfrentarlos, a evitarlos. Y no por callarte eres más fuerte, pero hace falta mucha valentía para contar las cosas. Y ella, la había afrontado dos días para rozar el problema. No había sido capaz de hacer ni decir más.
  Estaba cansada de algunas cosas y personas, pero no lo podía evitar. Echaba de menos a otras tantas y no era fácil estar lejos de gente que necesitas cerca. Y todo, porque se sentía obligada a elegir en algunos momentos y no sabía cómo había llegado a esa situación. Todo había empezado un 14 de abril, lo sabía perfectamente. Como también sabía que su vida había estallado un 18 de julio, en el que todo se rompió, en el que todo, quisiera o no, cambió para nunca volver a ser igual. No quería que nadie viniera a salvarla, pero a veces, quizás no nos venía mal un compañero al que confiarle nuestros secretos; esos secretos que quieres chillarle al mundo, pero que no puedes hacerlo.
  Se levantó y se puso a caminar. Caminó lentamente por las piedras hasta que llegó a la arena. Se descalzó y comprobó que la arena estaba fría. Siguió caminando mientras se desvestía. El agua le rozó los pies. No paró de caminar hasta que el agua le llegaba por encima de la cintura. En ese momento, se metió en el agua de lleno y se puso a nadar. No quería saber nada; de nada ni de nadie. Necesitaba descansar de todo un rato. Habían pasado muchos meses desde la última vez que había estado allí, muchos cambios que debía asimilar; aunque a veces, le apeteciera todo menos eso, asimilar. No sabía que vendría ahora, lo único que tenía claro, es que saldría de esta, que podía conseguirlo.

domingo, 29 de mayo de 2011

14 cosa importante: retoma proyectos que te hagan feliz

  No lo pudo evitar; se levantó y se marchó. Se subió al coche y, sabiendo que nunca volvería a venir a ese sitio, de esta manera, arrancó y se fue. Bajó las ventanillas, se puso las gafas de sol y subió el volumen de la radio. 
  Necesitaba pensar; necesitaba aclararse. Porque sí, lo había hecho mal, se había equivocado pero, en el fondo, no se arrepentía. De nada. Había hecho lo que consideraba que debía hacer y, ahora, todo se había aclarado para siempre.
  Esta historia le había gustado, le había hecho muy feliz. Pero hacía mucho tiempo que ya no le hacía sonreír constantemente, y hacía mucho que las ganas de verse habían pasado a las ganas de aclarar ciertas cosas para cerrar este capítulo. En el fondo, siempre guardaría un bue recuerdo de todo esto, siempre sonreiría por lo vivido. Porque la vida, te acaba enseñando que las cosas se acaban, que no duran para siempre. Y debemos quedarnos con lo bueno, con los momentos divertidos y las cosas bonitas.
  Frenó el coche. Justo allí, otra vez. Donde tantos anocheceres de invierno había vivido. Donde había sido tan feliz y, a la vez, tantas dudas le habían asaltado. Pero eso, no le daba miedo; no le daba ningún miedo. Porque las dudas no son más que tímidas preguntas que no se han formulado, y no estaba dispuesta a quedarse con las ganas de saber nada. Había acabado una historia que, en el fondo, sabía que no tardaría en terminarse. Porque cuando hay una historia sin cerrar en tu presente, que quieres mantener, el resto de las historias dejan de cobrar importancia y consciente o inconscientemente, harás que acaben. Y ella, lo sabía muy bien. 
  Se bajó del coche y miró a su alrededor. El viento le revolvió el pelo con gracia, y se quitó las gafas de sol. Caminó un poco y se paró a observar el inmenso paisaje que tenía a su alrededor. Le gustaba lo que veía y, sabía, que le gustaba lo que estaba por llegar. Que todo, al final, pasa por algo. 
  Lo bueno es que, ahora mismo, no esperaba a que nadie viniera para estar a su lado. Eso, llegaría, sabía que llegaría; pero quizás no era este el momento para ello. Todo lleva su tiempo y, recuperar esa historia, volver otra vez al punto donde se había quedado todo, llevaría su tiempo. Y estaba dispuesta a emplearlo.
  Sonrió y se sentó sobre la hierba. Todo a su alrededor era verde y azul. El mar le inspiraba sonreír y disfrutar del momento. Y eso, era justo lo que haría: disfrutar de cada momento porque, a fin de cuentas, tu felicidad, depende sólo de tí mismo.
  Sabía que lo haría bien porque, antes de nada, confiaba en sí misma. Y eso era el pilar básico para tener éxito en todo lo que te propusieras.






martes, 3 de mayo de 2011

13 cosa importante: cuando necesites algo, pídelo

Se sentó sobre la camilla y se tocó la cabeza. Le dolía; le dolía bastante. No recordaba prácticamente nada de lo ocurrido, sólo sentía voces y alguna que otra lágrima de dolor en su cabeza. Pero nada más. Sabía que estaba en un hospital, pero no tenía ni idea de por qué.
-No, no cariño  no te levantes, estás muy floja todavía como para levantarte.-Se giró y vio a una enfermera con unos kilos de más, el pelo teñido de rojo y una sonrisa que enamoraba. Ese tono de voz dulce le decía que debía hacer caso, así que se tumbó de nuevo.- No se puede ser tan rebelde chica, que eso no lleva a ninguna parte. Bueno, dime ¿Cómo te sientes, estás mejor?
No sabía qué contestar. Así que se dignó a devolverle la sonrisa a la amable enfermera y se dio cuenta de que había entendido su reacción.
-Me lo suponía. No te acuerdas de nada…pero bueno, todo a su tiempo, te has llevado un buen golpe.
-Buenos días.- Una reluciente sonrisa y una voz grave sonaron detrás de la enfermera. – Soy el doctor García, me alegro de que estés  bien, te has llevado un buen golpe. – Miró a la enfermera y asintió- Bien, supongo que no te acuerdes de nada, así que te resumo: has tenido un accidente de moto, perdiste el control, no se sabe por qué, pero lo perdiste; te saliste en una curva y la moto ha quedado destrozada.  Necesitas descansar y reposar, asimilarlo y contarnos los máximos detalles que recuerdes, pero no te preocupes, no es necesario que sea ahora. Aún sigues en estado de shock así que tardarás un rato en tener ganas de hablar. Mientras tanto, ¿quieres que avisemos a alguien de que estás aquí? – No dijo nada. Sólo dijo que no con la cabeza. Mientras se recostaba y se ponía a pensar. Todo le daba vueltas y vueltas, le venían demasiadas cosas a la cabeza y no sabía cómo empezar a colocarlas.
De repente, algo estalló. “¿Qué ha pasado? “ Dijo él mientras entraba en el baño. “Nada, se me ha caído un vaso, eso es todo”. Sin decir nada más, él se dio la vuelta y salió. En silencio, como siempre, como si no le importara en absoluto. Como si le diera exactamente igual que el lavabo estuviera lleno de sangre y sus ojos llenos de lágrimas. Como si no se hubiera dado cuenta de que el vaso no se había caído; porque sólo debería haber mirado al espejo que estaba en frente de la puerta, roto, rajado de arriba abajo. Y ella empezó a llorar, a llorar con muchísima fuerza, con mucho dolor, con rabia contenida. Como si todo lo que le había pasado los últimos meses hubiera salido en forma de rabia descontrolada y de lágrimas que tenían prisa por salir, que no podían seguir allí dentro. Se arrodilló en el suelo y siguió llorando. De repente, unos brazos la rodearon y una voz serena y tranquila, inquebrantable, le dijo que estuviera tranquila, que no iba a pasar nada.
Pero ella no se lo creía, ya no se lo creía. No se creía nada que saliera de la boca de aquel chico tierno que apetecía abrazar a todas horas, porque él nunca tenía tiempo para darle ni uno sólo de esos abrazos. El mero hecho de demostrar que él no necesitaba esas cosas, le hacía a ella resignar de lo mismo. Y no quería. Porque había llegado un momento en el que era más importante el que ella estuviera bien a que él mantuviera si estúpida imagen.  
Se levantó y se limpió la herida de la mano. “¿Pero, cómo ha podido pasar?  Te has hecho daño, deja eso, yo lo recogeré. Déjame que te ayude, por favor.” Pero ella no escuchaba, no era momento de escuchar más. Le miró y le dijo: “Estoy harta, no puedo más con tu pasotismo, con que no quieras que nos vean juntos, ni que seas capaz de dirigirme una puta palabra en público.  Hasta las paredes reciben más atención de ti que yo”. “Sabes que no es así, sabes que me tienes cuando me necesites, cuando quieras”. “Eso no vale; quiero que por una vez me sorprendas y me digas cuánto me brillan los ojos, lo guapa que estoy o las ganas que tenías de verme.  Que me lo digas cuando menos me lo espere, que no me haga falta pedírtelo. No creo que sea tan difícil. Además, pensé que te gustaba verme sonreír”. Él se puso pálido; está claro que no se lo esperaba. Pero en vez de hacer nada, musitó un “como quieras” y salió del baño. Nada; no había sido capaz de hacer nada, ni de abrazarle, de darle un beso y decirle no seas tonta que es mentira. No, se había ido, la había dejado sola, sola cuando peor la había visto. Fue a la habitación y cogió unas llaves. Sin pensárselo dos veces salió por la puerta mientras él se quedaba mirando cómo se iba sin hacer nada; su palidez aumentó.
Ella abrió la puerta del garaje y encendió la luz. Allí estaba. Su querida y apreciada moto. Cogió el mono que guardaba cuidadosamente en un armario, se lo puso, y posteriormente hizo lo mismo con las botas.  Se subió en la moto y arrancó con fuerza; hacía mucho que no la escuchaba ronronear. Se puso el casco y salió del garaje.
Tomó cada una de las calles de la ciudad bañadas por la luz de las farolas con mucha suavidad y agilidad, tal y como era característico de ella. Calle por calle, hasta que salió de la ciudad y salió a la autopista, para desviarse un poco después a una carretera secundaria. De las que tenían curvas; de las que valían de verdad. Hasta que fue a tomar una de ellas. Y vino su imagen a la cabeza: la de aquel chico tranquilo y sereno que le hacía sonreír y le endulzaba la cara. No le gustaba comerse el orgullo, pero a veces, sentía que hacía bien en tenerlo cerca, porque el chico merecía la pena, le hacía sentirse a gusto.
Se despertó de repente. Buscó un reloj pero, a pesar de que no sabía qué hora era, sabía que habían pasado muchas horas. Miró a su alrededor y vio su teléfono. Quizás se agobiaba ella sola, quizás él no había hecho nada. Así que decidió que le avisaría de dónde estaba, de que quería un abrazo. Y lo pediría. Nada más, simplemente eso. Porque sabía que pedirlo era la forma más fácil y clara de tener las cosas, y porque sabía que, además, él no le pediría explicaciones y no le haría hablar cuando no tuviera ganas. Cuando se iba a poner a marcar el teléfono, se fijó en algo. Había una nota encima de la mesa que decía: “Espero que te recuperes pronto.  Estaré cerca por si me necesitas, y si quieres un abrazo, pídemelo, por favor Fmdo: BJ.” Sonrió. Y es que, se dio cuenta, de que el teléfono no había venido con ella.

miércoles, 13 de abril de 2011

Doceava cosa importante: De cómo si te empeñas, las cosas salen bien y eres feliz

  Se sentó en la arena.  Apoyó los brazos sobre las rodillas y suspiró. Fue un suspiro largo y tranquilo. Fue un suspiro completo. Hacía mucho que no pasaba por allí y la verdad que lo echaba de menos. Pensó en todas las cosas nuevas que habían pasado desde la última vez que había ido. Pensó en todos los cambios y, la verdad, que necesitaba resguardarse un rato.
  Necesitaba resguardarse por la sencilla razón de que necesitaba pensar y asimilar las nuevas situaciones que le había presentado la vida estas últimas semanas. Necesitaba saber cómo se sentía, qué era exactamente lo que quería, porque ni ella lo sabía. Tenía que reconocer que era feliz, que no tenía derecho a quejarse porque su vida funcionaba, su vida iba por buen camino.  Había decidido dar un paso más, ser más esencia todavía, ser más ella. Y lo estaba consiguiendo. Cada vez que se proponía dar un giro a su vida lo conseguía. Esta vez, había optado por un corte de pelo y un cambio de actitud. Y no va iba por mal camino, todo iba encajando según sus preferencias y ambiciones, y eso, era muy bueno, significaba que lo estaba haciendo bien.
De repente le vino un olor, pero no era el olor del mar, no. Era distinto, cercano, le gustaba ese olor. Era su olor. Y se acordó de él. De su él. De ese chico que, aunque no tuviese nombre ni lugar, estaba ahí, para ella, para escucharle. Y había llegado la hora de dejarse los miedos atrás, de mostrarse tal y como quería hacerlo, tal y como le apetecía. Porque no sabía a dónde iba esta historia, pero quería comprobarlo. Aunque solo fuera por mera curiosidad, aunque solo fuera por decir: “al menos, lo intenté”.
  La vida, a veces, es complicada. O bueno, más bien, es sencilla, pero somos los seres humanos los que la complicamos. Los que nos comemos la cabeza por cualquier tontería que al final del camino no resaltará más que una pequeña piedra. Los que tropezamos una y otra vez con cosas que no sirven y nos hacen daño, y que son aquellas cosas que recordaremos como tropiezos en el camino, como meras experiencias, pero que nos hacen perder el tiempo. Un tiempo, muy valioso. Valioso por la sencilla razón de que podemos aprovecharlo con la gente que merece la pena, con la gente que de verdad importa. De que las mayores locuras, tonterías y absurdeces, son las que nos hacen llorar de risa, las que nos hacen ser felices.
  Sintió como alguien le agarraba por la cintura y le daba un beso en la mejilla. Se giró y ahí estaba él, el causante de ese olor embriagador. Le sonrió. Sabía cuál sería la respuesta, otra sonrisa. A veces, le daba la sensación de que él tenía miedo  a mostrarle sus sentimientos, y que, si ella los mostraba primero, él lo hacía después. Pero decidió que no lo pensaría, que no le importaría. Dejaría que las cosas fluyeran y salieran por sí solas. Porque tenía lo que quería, porque era pronto para hacer que las cosas se volvieran serias, porque tenía que probar y desaprobar, tenía que besarle mil veces hasta que pudiese quererlo mínimamente, y tenían que pasar demasiadas cosas como para que lo quisiera de verdad. Pero el comienzo había sido bueno. Debían medirse, conocerse, hablar, comunicarse…aunque, pensándolo bien, la comunicación no había sido lo más reseñable desde que toda esta historia había empezado. Y eso, era algo que deberían mejorar, pero había tiempo para ello. Porque había decidido, que no tenía prisa, que le daba igual, que era feliz tal y como era su vida en ese momento.
  Se quedó mirando para él un buen rato, y luego, miró al mar. Necesitaba mirar al mar. Le relajaba y le tranquilizaba. Le llevaba a la mente las palabras adecuadas, los pensamientos calmados y las mejores imágenes que podía imaginar y recordar. Estaba feliz, muy feliz, así que no iba a darle más vueltas de las necesarias.
  Se tumbó en la arena y cerró los ojos. No tenía prisa por irse, no quería irse ahora. Quería quedarse un poco más. Así que, decidió que hoy se permitiría ese capricho. Necesitaba resguardarse un rato y, ya puestos, disfrutar de esta agradable compañía que tenía a su lado.
  No sabía a dónde iba toda esta historia, pero en este momento, le hacía sentirse bien, a gusto. Así que, dejó que le sacara una sonrisa y le endulzara la mirada, y se dejó llevar. Simplemente eso. Pensó que, si tenía algo que descubrir, era buen momento para hacerlo. Y que lo demás, vendría solo. Sin más, dejó que la brisa del mar le recorriera todo el cuerpo, y que el olor a sal le llenara el alma de cosas buenas. Era momento de no pensar, de sonreír y de llorar de risa, de correr por la arena y salpicarse con las olas. De tener cuatro años otra vez. Suspiró una vez más y dejó de pensar, puso la mente en blanco y sonrió. No necesitaba nada más, no quería nada más. Abrió los ojos y vio las nubes pasar por encima. Era todo por ahora.

lunes, 11 de abril de 2011

Undécima cosa importante: Ser realista y aclarar tus propios sentimientos.

  Le echaba de menos. Añoraba su significado en su día a día. Todo lo que le aportaba y todo lo que implicaba tenerlo en su vida. Habían intentado algo que no tenía sentido. Porque nada tenía sentido. Lo miraba, y veía a una persona a la que quería muchísimo, a la que apreciaba con locura y con la que sabía que podía contar para cualquier momento de indecisión, porque él era, ante todo, indeciso; muy indeciso. Lo miraba, y le parecía un niño de 6 años que, sentado en el suelo del parque, se comía un regaliz rojo, de esos que tanto le gustaban, mientras pensaba qué hacer para decirle a esa chica de ojos azules que le gustaba. Que quería que fueran novios. Cuando somos adultos, no es muy diferente. Nos resguardamos en cualquier tontería para pensar en cómo hacer para que esa historia salga bien, para que sea real y para que funcione. Pensar en cómo hacer para que esa persona que tanto quieres sonría, aunque para eso tengas que chillar un te quiero, o pintar las paredes de corazones.
  Y ahí estaba él, mirando para ella. Otra vez. Como tantas veces. Se giró, y le saludó dedicándole una de sus maravillosas sonrisas, de esas que conseguían que cualquiera sonriera a su lado, y de esas que te hacían llegar a cualquier hermoso lugar.  Le devolvió el saludo, pero no la sonrisa. Se había quedado pensando que podrían encajar a la perfección, que serían felices juntos y que una simple sonrisa cómplice serviría para solucionar cualquier problema. Pero la vida se había empeñado en no juntarles, en no darles lo que querían, en no hacer que la mirada definitiva les hiciese fundirse en un beso interminable que los uniera para siempre.  Pero no se habían molestado en llevarle la contraria a la vida ni al destino. Y todo había sido finalizado sin un adiós.
  Un poco más allá, ella se puso los cascos y sacó su blackberry. Necesitaba escribir. Necesitaba desahogar y contarle a sus entrañas cómo se sentía. Se acordó de aquella noche, no hacía muchas semanas atrás, en la que se habían encontrado por casualidad paseando por la playa. La brisa del mar les llenaba el pensamiento de cosas sin importancia, hasta que de repente, sus miradas se habían cruzado, se habían sonreído y, sin preguntar, se habían acercado. Se cogieron de las manos, y se volvieron a mirar.

   -Sabes que esto ya no es posible. Que no funcionaría, que no saldría bien. Y no porque no haya          sentimientos ni ganas por ambas partes... Han sido demasiadas cosas y ya no tiene sentido. -El asintió.-Nuestro momento y nuestro lugar ha pasado. Y no nos queda más remedio que aceptarlo. 

   A ella se le llenaron los ojos de lágrimas y él le subió la barbilla hasta que le miró.

   -Solo quiero hacer una cosa, no quedarme con las ganas de algo. ¿Me dejas?- Ella asintió en silencio y se secó las lágrimas.

  Él, silenciosamente se acercó, y sin apartar su mirada, la besó. Y fue un beso en el que ni él pudo reprimir una lágrima. Fue un beso largo, cariñoso, de película. Sus estómagos parecían arderles y sus almas parecían conectadas y encajas a la perfección.
  Se separaron y, a la vez, dos te quiero se perdieron entre la fría noche de febrero.  La complicidad entre ellos nunca se iría. Sabían que siempre había algo que los iba a mantener unidos, aunque hiciesen como si nada hubiese pasado. Se abrazaron y pasearon durante largo rato por la arena. Jugaron como niños y se rieron como dos jóvenes que tenían muchas cosas por vivir y aprender. 
  Horas más tarde, se fundieron en un último abrazo, y se despidieron. Cada uno por su lado, se perdieron en las frías noches de febrero para volver a la realidad. Para darse cuenta de que todo esto nunca podría funcionar, porque no estaba destinado que estuvieran juntos. Algo sí estaba claro: solo ellos serían realmente conscientes de todos los sentimientos que esta historia había implicado, todo lo unidos que estaban y todo lo que se querían a pesar de las circunstancias.
  Cambió de canción. Eran demasiadas cosas y debía volver a la realidad. De pronto, un nuevo mensaje llegó a su adorada blackberry, la que tantos secretos escondía, la que tantas cosas sabía y la que tantas reflexiones y sentimientos guardaba. Lo abrió, y sonrió. Sonrió como una persona que está descubriendo que hay alguien que quiere hacerle sonreír así todos los días. No sabía lo que significaba ese nuevo él en su vida, pero sabía que podría hacerla muy feliz. A pesar de todo ello, tenía dudas, muchas dudas. Para empezar, tenía miedo a arriesgarse y perder, que algo saliera mal; las posibilidades eran muchas pero, si salía bien, la recompensa sería mucho mayor. Para seguir, estaba ese él del que tardaría en olvidarse. No podía evitarlo ni podía ignorar ese sentimiento, peor no tenía prisa. Tenía todo el tiempo del mundo para saber si quería arriesgarse o no.  No quería precipitarse, a nada. A dejarlo ir ni a implicarse demasiado. De momento no. No se sentía preparada, no se sentía con ganas de tanto. Pero sabía que, tarde o temprano, descubriría las respuestas a esas preguntas.
  Pensó en esos detalles que tenía de vez en cuando, esos que le hacían sonreír y sentirse como una niña pequeña jugando en la playa con las olas del mar. No fue capaz de reprimir una sonrisa. Una sonrisa que se encargaba de indicarle la dirección en la que irían esas respuestas. Y le gustaba lo que veía. Sin pensárselo más, respondió, y supo que, no muy lejos de ella, había alguien que también estaba empezando a compartir nuevos sentimientos con otra persona.  Pero no le importó; al contrario. Le alegró. Porque sabía que no cambiarían las cosas por mucho que se empeñase y que, le gustaba el sentido que estaba tomando su nueva vida, su nueva ella.
  No sabía por qué, pero tarde o temprano, las cosas cambiarían a mejor. Era optimista, y eso era algo que nadie le cambiaría nunca. Puso esa canción que tanto le gustaba, que tanto le recordaba a él. Le sonó raro. Pero no hizo caso de sus miedos. No hizo caso de sus temores y, siguiendo la famosa teoría de piscinas, pensó que ese era un buen momento para tirarse a esta porque, parecía que estaba casi llena. No sabía por qué, pero era consciente de que acertaría. Y no quería perder más tiempo para comprobarlo.

  El autobús se alejó mientras muchos sueños y sentimientos se perdían al chocar contra el viento. Ella quería. Él quería. Y aunque todo esto sonara muy absurdo, a la vida le estaba gustando esta historia.

domingo, 27 de marzo de 2011

Décima cosa importante: Antes que por nadie, lucha por tí

  Empezó a sonar esa canción. La canción que había marcado unas semanas de su vida, porque se sentía muy identificada con una situación. Había una frase que clavaba cada uno de los sentimientos: ''I'm in the corner, watching you kiss her''.
  Y despertó. Y se dio cuenta, de que en ese momento de su vida, lo que menos necesitaba era fijarse en un chico que no merecía la pena. Una amiga lo había dicho tal y como era: ''No la veo yo muy dispuesta a tener novio''.
  Y era verdad. No estaba dispuesta por la sencilla razón de que nadie se lo merecía, de que nadie se había arriesgado por ella. Miró el paisaje que tenía a su alrededor y le alentó a sacar lo que pensaba, lo que debía pensar. Y es que, se dio cuenta, de que no iba a moverse más, no se iba a arriesgar demasiado. Si alguien quería, tendría que moverse, tendría que luchar por ella y arriesgarlo todo. Porque ella merecía la pena, merecía cada uno de los suspiros que alguien pudiese tener por ella. Tenía que hacerlo él, ella, ya había arriesgado suficiente y había perdido mucho más.
  Estaba feliz por su reflexión, estaba feliz por la sencilla razón de que se había dado cuenta de que, poco a poco, estaba consiguiendo ser como quería ser en cada uno de los ámbitos de su vida. Y nadie iba a pararla. Ella era lo primero y, si aparecía alguien, tendría que encajar con ella, y no cambiar ninguno de sus ideales.
  Quererla tal y como era, pero quererla. Se había acabado eso de ser un triste juguete. Pensó, que nunca debíamos vernos como una opción. Que o luchábamos a muerte por ser lo único, o si no, había que abandonar esa batalla. Se había acostumbrado demasiado a estar sola y no iba a ser tan fácil cambiarle de parecer.
  Con una sonrisa, cogió su bolso, su gorro, su revista de moda y sus cascos, y se fue a dar un paseo con su vestido nuevo. Iba a disfrutar de una buena comida en compañía de gente que se había ganado su lugar. Le gustaba lo que había conseguido.
  Cogió el tren, se sentó, se puso los cascos y se dispuso a disfrutar de la revista cuando, al mirar al frente, vio una gran sonrisa y una mirada intensa que se alegraba de verla. Era un nuevo amigo, el tiempo diría si algo más.
  Le invitó a sentarse a su lado y a pasar un entretenido viaje juntos. Tenía que reconocer que se estaba ganando su lugar. Sonrió porque la vida siempre tenía buenas sorpresas para darnos, y ella, estaba abierta a cualquier posibilidad y sorpresa que quisiera traerle.

domingo, 20 de marzo de 2011

Novena cosa importante: De vez en cuando, deja a tu pensamiento que imagine lo que deseas.

  Se limitó, simplemente, a darse la vuelta. Respiró como si no fuese a haber más aire nunca en la tierra, y dio un paso hacia adelante. Posó sus pies desnudos sobre la arena y sintió como el agua fría los acariciaba y los envolvía como si pertenecieran a su composición de hidrógeno más oxígeno. Una composición que, si la hacíamos más amplia, podía mostrarnos mucho más;  porque si nos fijábamos, podíamos ver como también llevaba en sus entrañas lágrimas envueltas por un manto de brisa, sonrisas escondidas bajo un rayo de sol, y sentimientos perdidos y olvidados en un suspiro. 
  Sonrió; le gustaba lo que le hacía sentir ese sitio. Era especial. Le hacía olvidarse de que alguna vez había tenido problemas, de que alguna vez había sufrido, y de que alguna vez había sido vencida por un sentimiento. Miró al frente, y lo único que pudo sentir, fue un corazón lleno. El aire, le llegaba a las entrañas y la sensación de vacío que sentía era, simplemente, como cuando miras al futuro, que es incierto. Puedes imaginarte lo que puede haber, pero nunca lo sabes de verdad. Eso, en algunos temas; en otros, bueno, en otros, es distinto. Sencillamente, te dejas llevar por el horizonte y no puedes ver, ni siquiera imaginar, lo que pasará. 
  Sintió un roce en su cintura, que hizo que su mundo se tambaleara y no pudo evitar sonreír. Abrió los ojos. Y lo que vió, le gustó. Y mucho. Era él, su sonrisa, su mirada sobre su piel, y su esencia en sí mismo. Todo lo que le aportaba, el estar mal y sacarle una sonrisa imposible, el estar bien y hacerle reírse demasiado, el sentir una cierta necesidad de su compañía y sus palabras en algunos momentos, sus momentos de confidencias. Él, la agarró más fuerte, la acercó hacía sí, y le dio un beso. Un beso inolvidable en un lugar especial. Nadie sabía qué era lo que iba a salir de ahí pero, ella solo tenía clara una cosa: no iba a parar, iba a seguir, iba a probar, y que el tiempo dijera el resto. Porque, ese lugar, le decía siempre lo que debía hacer. Y ese sitio, le había dicho, que ese, era su momento y su lugar.
  Se separaron, se sonrieron y, con un último beso en la mejilla por su parte, se dio la vuelta y se fue. Desapareció en la lejanía mientras ella, se quedó pensativa. Pensaba en cómo había cambiado su vida, en cómo había conseguido ser quien era, y ser como era. A cómo había aprendido a enfrentarse a los problemas, a superarlos y a motivarse fuese cual fuese el resultado.
  Miró al vacío una vez más, y sacó sus pies del agua, a pesar de que las olas de ese lugar especial se empeñaban en perseguirle. En efecto, estaba en una playa. Pero no en una playa cualquiera, sino en ESA playa. La que escondía todos y cada uno de sus secretos. La que un día de verano estaba muy transitada por personas que buscaban absorber sol o enterrarse en la arena; y en días de invierno, estaba brevemente transitada por almas con ganas de pensar, fotografiar, confesar, escribir o,simplemente, estar allí, observar el mar, dejar que les transmitiera todo lo que necesitaban saber, o reunirse con sus sentimientos gracias, a ese ruido silencioso que las olas conseguían hacer. Ese lugar, era real, pero, a pesar de ello, tenía que irse. La arena estaba mojada y suave, y pasó a estar seca. Sus pies se hundían con ligereza entre cada granito de arena de esa playa. Luego, llegaron las piedras, que pudo superar sin dificultad gracias a todo lo que había corrido por ellas de pequeña. Cuando llegó arriba, miró atrás por última vez, y sonrió, porque sabía, que había visto algo nuevo, algo que quizás tardara en irse o nunca quisiera irse. No iba a dejarlo marchar. Era un sentimiento bonito y especial, halagador y tranquilizador. 
  Siguió el camino que le llevaría otra vez a la realidad y no pudo evitar pensar: "Que sabia es la mente, que sabe llevarnos a donde queremos estar". Se alejó de aquel que consideraba uno de sus escondites y se preparó para eso tan bonito que le esperaba cerca. Porque, fuera consciente o no, había empezado a compartir ese escondite con alguien y, además, esta vez, le gustaba lo que había podido intuir en aquel horizonte. Siguió caminando hasta que se perdió de vista. Era otra, con la esencia de la anterior y, con algo nuevo en el interior.
  Un poco más lejos, alguien Sonrió.Lo había conseguido. Se había acercado a ella y, además, había sido más fácil de lo que jamás hubiese imaginado. Tenía claro que no iba a desaprovechar su oportunidad. Porque, más que nada, quería volver a visitar  ese lugar. Su lugar. Le gustaba como sonaba. Arrancó el coche, puso su canción favorita y, se alejó pensando en cuál sería el siguiente paso.

lunes, 14 de marzo de 2011

Octava cosa importante: Darte cuenta de qué es lo que quieres, no conseguirlo y olvidar a partir de ese punto.

  Miró por la venta, recogió sus cosas y se fue. Ya no podía más, otra vez. Volvía a creer que había sido suficiente, que se había implicado demasiado y que debía parar todo esto, otra vez. La verdad es que si pensaba en él, no encontraba nada más que vacío; una mente en blanco que no había encontrado solución y un corazón lleno, pero de confusiones no resueltas,de preguntas sin contestar y de lágrimas no calmadas por aquel que deseaba hacerlo. Y ya estaba, eso era todo. Debía suponerse que ése era el final. Todo un remolino de sentimientos y sensaciones encontrados y, a la vez, perdidos. El destino no había querido ayudarle. Se había empeñado en que no pasara. Pues bien, ahora le tocaba a ella ir en contra del destino. Era lo único que se iba a limitar hacer. Bueno, eso, y no quitarse la sonrisa de encima perdida en las calles de la ciudad, ya que, con una sonrisa, cualquier cosa era posible.
  Suspiró. Se sintió preparada para hacerlo, mientras el ruido de la ciudad la protegía en un bonito y tranquilo atardecer. Era hora de hacer las maletas, otra vez. Pero lo último que sentía era miedo. Tenía ganas, muchas ganas de ser libre, de sonreírle a todo el mundo y de encontrar nuevas y mejores oportunidades. Dicen, que si algo no ocurre es porque hay algo mejor esperando; y ella, tenía los brazos abiertos para recibirlo.
  Abrió la puerta de casa, se quitó la chaqueta y se tumbó en el sofá. La verdad, es que no le apetecía hacer las maletas, no le apetecía irse. Estaba muy a gusto en su casa y, había decidido, que de allí no se iba a mover. Había decidido disfrutar de lo que tenía a su alrededor, de aquello que le hacía realmente feliz.
  Hizo varias llamadas en busca de compañeros para una noche divertida en casa. Al día siguiente, empezaría una nueva vida para ella, aunque él estuviese alrededor; y necesitaba buenos consejeros y una dosis de risas para saber hacerlo lo mejor posible.
  Sonrió, porque había aprendido una gran lección: y es que, los problemas no se arreglan escapándose, sino rodeándote de la gente a la que quieres, en tu entorno de siempre, con tus risas de siempre. La mejor medicina, es enfrentar los problemas de frente y sin rodeos.
  Sonrío y buscó un buen libro. Era momento de dedicarse a ella misma.
   

Séptima cosa importante: Nunca confundas amistad con...

  Se sonrieron. Era una vieja costumbre que ya tenían desde hacía unas semanas, y parecía que había sido así toda la vida; que siempre se habían tenido ahí por si surgía un problema o unas simples ganas de hablar. Son cosas que no se pueden explicar, pero habían establecido un vínculo entre ellos, había conectado a la perfección y nunca faltaban risas entre ellos, y eso era muy bueno, porque era el principio de toda amistad...
  El problema llega cuando es hora de despertar y de separar, de no confundirse y darse cuenta de lo que buscabas; y en ningún momento eran confusiones.
  Se levantó y fue a buscar a esa chica rubia con la que siempre andaba. Hacían buena pareja. Pero, es ese momento, a ella no le gustó nada ver esa imagen. Se le había ido la cabeza, un momento, un solo momento, y eso no podía permitirlo. Desde el primer día había tenido claro que buscaba su amistad porque era el tipo de chico con el que le gustaba tener una, pero nada más.
  Lo complicado es ese momento en el que se está entre la línea de las cosas claras y las confusiones. Pero había retrocedido a tiempo y eso, la había salvado. Menos mal. No quería permitirse un fallo de ese estilo, porque sería una metedura de pata, y no podía ser. Iba contra sus normas. 
  Alejada ya de esa situación, sonrió y respiró tranquila porque había sido solo un pequeño susto.
  Se acordó de la fiesta que la esperaba al día siguiente, de las ganas que tenía y de lo bien que se lo iba a pasar y, se dio cuenta de que, por si acaso, no le venía nada mal esa evasión de la rutina para eliminar cualquier posible pensamiento absurdo y mal encajable con sus objetivos, y así, volver a la normalidad, a su nueva normalidad. Y le estaba gustando lo que veía ahora.

domingo, 13 de marzo de 2011

Sexta cosa importante: Darte cuenta de qué es lo que quieres en realidad.

  Dejó su mirada fija en la lejanía mientras el murmullo de la gente le hacía evadirse en sus pensamientos. Había pasado y había mirado. LA había mirado. Parecía que se acababan de ver por primera vez en toda la noche y a la vez parecía que llevaban toda la vida con esa rutina... Porque era como una especia de costumbre que no querían perder. No sabía qué pensar a estas alturas de la historia, pero de lo que sí se había dado cuenta es de que él le importaba, y mucho. Le quería a su lado en los buenos y en los malos momentos. Quería ser ella esa persona especial que consiguiera sacarle una sonrisa en cualquier momento y en cualquier circunstancia, a pesar de esa apariencia seria. Quería su mirada fija, sabiendo que cuando le viera sería para sonreírle y acercarse a darle un beso. Tampoco pedía tanto, pero es que, a veces, ni siquiera ella sabía ya lo que pedía. Porque era mucho tiempo, porque eran muchas cosas y porque era mucha gente la que se había implicado en esta historia. Y sólo había un camino para entenderlo todo. Y se perdía en la angustia de pensar que esa historia se pudiese acabar y cada uno se fuera por su lado. No le apetecía nada pero, no sabía qué hacer.
  20 minutos antes, un móvil unas calles más allá había sonado. “Es un mensaje de Paul.” “¿Y qué quiere?” le preguntó Matt. No podía ser posible, no podía ser verdad. Se le acababa de congelar la sangre y su respiración sonaba un poco entrecortada. Su amigo Matt se quedó sorprendido y le cogió el móvil a la vez que él se lo tendía. En ese mensaje podía leerse claramente: “Acabo de verla. Tan sonriente como siempre. Estaba guapa y parecía contenta. Estuve hablando con ella pero no sabía a dónde iba. Trata de encontrarla y haz algo de una vez anda.” Matt levantó la mirada y le devolvió el móvil. “Tranquilo tío, no te preocupes que todo saldrá bien. A ella le gustas así que tarde o temprano alguno de los dos tendréis que hacer algo”.  No volvió a pensar en otra cosa.
     Varios minutos después, allí estaba ella. Cómo le gustaría poder cogerla de la cintura y darle un tierno beso para ver su sonrisa reluciente.  Sentirla cerca por unos instantes para calmar esa inquietud que le consumía. Y no era tanto lo que él necesitaba, pero era muy difícil ser capaz de pedirlo. Suspiró. De repente, alguien chistó desde un poco más allá, y no pudo contener las ganas de mirar, porque sabía que venía de donde ella estaba. Y no se equivocó. No creía que hubiese sido ella, pero por lo menos, hubo un pequeño cruce de miradas, que le hizo recuperar las ganas. Se fijó en su amigo. Su inseparable amigo. Y le estaba mirando fijamente. Había sido él, de eso estaba seguro. Probablemente le tuviese más fichado de lo que pensaba, pero ya le daba igual. A veces, lo único a lo que aspiraba era a levantarse una mañana, un día cualquiera y, siguiendo la rutina, cogiera el autobús para ir a la universidad, y al llegar, en vez de ir a una mesa distinta de aquella cafetería que todo lo sabía, pudiese ir a la misma en la que estaba ella y susurrarle lo guapa que estaba al oído para, seguidamente, darle un beso de buenos días y saludar a sus amigos. No era muy difícil y a la vez era casi imposible. Pero hay una frase muy famosa que decía  “si quieres, puedes”. Y él, estaba convencido de que, tarde o temprano, podría. Tenía que hacerlo, y lo iba a hacer.
     En ese momento, a su cabeza le vino su imagen. Era especial, y estaba segura de que era lo que quería. De que muchas veces actuaba y hablaba bajo el efecto de su propio miedo pero que, tras esa fachada, tenía muy claro lo que quería, pero solo tenía que ser capaz de reconocérselo.  “Algún día vendrá, estoy segura”. En ese momento, parecía que sus mentes estaban conectadas y, consciente o inconscientemente, sus estómagos empezaron a sentir algo otra vez. Ella, se acordó de aquella famosa frase que dijo Julia Roberts en nothing hill: “Solo soy una chica, delante de un chico, pidiéndole que la quiera”. Y ella lo pedía a gritos, mientras él, quería quererla. “Lo voy a conseguir”. Pensó él, mientras se giraba para verla marcharse entre la multitud. Y no pudo evitar sonreír.

lunes, 7 de marzo de 2011

Quinta cosa importante: Cuando es mejor olvidar, olvida.

  La puerta estaba abierta, se asomó, y vio un espejo; consciente o inconscientemente, no pudo evitar acercarse. Se puso delante y vio su reflejo en ese espejo bañado por una luz intensa que entraba por la ventana del fondo de la habitación. Se sorprendió; estaba realmente bien. Estaba distinta y cambiada, pero para mejor. Toda esta historia había hecho de ella una persona mucho más observadora que antes y también, mucho más realista. Porque habían sido cinco meses en los que cada día, era un nuevo día lleno de cosas raras y divertidas; llenos de miradas cómplices y sonrisas idiotas. Tenía que reconocer que había sido divertido, muy divertido, y que siempre recordaría esta historia como una de las más originales que pudiese escuchar nunca.
  El problema había sido él: su actitud, su cobardía y su miedo a actuar; y ella no podía hacer nada más. Había tenido muchas dudas y claros momentos de lucidez pero, a pesar de todo, él no había hecho nada. Sus amigos habían intentado ayudarle pero él, no había respondido a ninguna de esas llamadas. Y todo eso, a ella, le había hecho decir basta después de muchas meditaciones. Y no era justo. No era justo el mero hecho de que después de todo lo que había pasado, esta historia no tuviese un final de película, porque se lo merecía; porque habían sido muchos momentos, muchas sonrisas desprevenidas y muchas mejillas sonrosadas. Pero ya no había nada que hacer. 
  En este momento, ella no sabía en qué punto estaba todo esto, pero no le importaba. No le importaba por la sencilla razón de que le estaba pasando factura. A ella, a su salud y a su mente, a su forma de ser; porque llegó a no tener ganas de sonreír ni de hacer absolutamente nada. Y eso ella no podía permitirlo. Así que, en un punto de todo esto, decidió decir basta. Y lo hizo, y le costó; y de hecho, la historia no estaba del todo olvidada en ese momento, pero había conseguido controlar sus sentimientos y sus impulsos. Y lo estaba haciendo realmente bien, y se había sorprendido incluso a sí misma por todo lo que era capaz de hacer. Pero es que, había llegado al punto en el que ella misma se tuvo que parar a pensar en: ''O él, o yo''. Y la respuesta estaba clara. 
  Sonrió; lo había conseguido; y esa cara de cansancio y tristeza se había ido. Tenía ganas de sonreír, de saltar, de gritar y de ser más feliz que nunca. Él, tarde o temprano, se iba a arrepentir; pero ella, no. Ella seguro que no. Porque había hecho todo lo posible y ahora tenía la mente abierta a cualquier circunstancia que el destino quisiera ponerle por delante, aunque no creyera mucho en las casualidades. 
  Se miró a los ojos y vio esa luz intensa que desprendían y llenaban la habitación. Le gustaba lo que había conseguido y le gustaba lo que venía a partir de ahora porque, sabía, que la vida tenía muchas cosas buenas preparadas para ella.
  Con las mismas, cerró el libro que tenía en las manos, lo dejó encima de la mesa y salió por la puerta, no sin antes, girarse y sonreír. Ese libro tenía muchas páginas escritas y el fin de esa historia quedaría siempre por determinar. Ahora, tenía que ir a comprar uno nuevo porque sabía, que no tardaría mucho en tener que escribir algo nuevo y divertido.
  Cerró la puerta y fue en busca de sí misma; tenía que contarse una gran noticia.

sábado, 19 de febrero de 2011

Cuarta cosa importante: Aprende a saber que nunca sabrás si estás haciendo lo correcto si hablamos de amor.

  El zapato se le salió. "¡Mierda!" pensó mientras se ponía a mirar alrededor a ver si la había visto alguien conocido. Pensaba que no pero, de repente, algo parecido a un conocido estaba mirándola y señalándola al chico que tenía al lado. Estaba demasiado emocionado de verla, y eso que era algo parecido  a un conocido. Lo llamaba así porque sabía quien era perfectamente,  así como sabía quienes eran los chicos q estaban con él, y todos ellos parecían saber exactamente quien era ella. Pero en realidad, no se conocían de nada y no había hablado con ninguno en una ocasión anterior.
   El problema es que compartían a una persona en común: un amigo suyo, que de ella, ni siquiera se sabía lo que era. Cualquiera podría pensar que eran meros conocidos, o simples compañeros de clase, pero no; eran mucho más que eso. No tenía nombre, ni defición, ni significado, ni sentido. Pero vivían permanentemente conectados. Había algo que les hacía estar a uno pendiente del otro, mirarse, observarse, e incluso, implicar a la gente de su alrededor. Porque los amigos de ella sabían quien era por una circunstancia o por otra..los amigos de él, la conocían y la señalaban por la calle y, en este caso, se debía más a lo que él hablaba de ella que por mera casualidad.
  Era una extraña y bonita historia que llenaría cualquier sala de cine si existiera una película parecida. Porque esto, era demasiado irreal, demasiado perfecto y demasiado inquietante como para ser cierto. Pero, a pesar de todo, había un problema, y es que ninguno era lo suficientemente valiente como para ser sinceros. Ella, lo había intentado casi todo pero, había algo que se torcia y, pasase lo que pasase, la vida se empeñaba en juntarlos de nuevo en algún punto del camino, para que todo volviese a empezar.  Se empeñase quien se empeñase, esto estaba destinado a ser cada vez más divertido y subrrealista, pero para ellos dos, era más que todo eso, porque había muchas cosas que eran diferentes desde  la primera vez que se vieron. Porque ese mismo día supieron que estaban destinados el uno para el otro. Porque ya ese primer día se fijaron el uno en el otro y algo ocurrió. Algo que hizo que estuvieran juntos para siempre.
Sonrió. Ahí estaba. Era verdad que la habían visto. Estaba guapa, como siempre, y ella, también le había visto a él. Sonreía como era habitual en ella, y parecía tranquila, como si hubiese conseguido lo que quería, como si no tuviese de qué preocuparse porque tenía todo lo que buscaba y necesitaba. No fue capaz de quitar  la mirada de su figura hasta que se giró y le miró.En ese momento, empezaba el juego otra vez.
  Un poco más allá, ella seguía pensativa. "¿Acaso es normal que sus amigos hablen de mí cada vez que me ven? No,  no es para nada normal. Solo tiene un significado, y es que se pasa los días hablándoles de tí. No puede haber otra explicación. Y si hace eso, es porque..bueno, ya lo sabes." Se volvió a reír al recordar la escena de esa misma noche, mira que había sido oportuna para casi tener un problema con una zapato. Aunque su príncipe azul, al parecer no andaba muy lejos en ese momento.El problema era que, el príncipe de cenicienta, ni siquiera habia visto su zapato. Él entró en ese mismo local,deseando que ella entrara y fuera a por él; y ella, se levantó. Pero no fue como los dos querían y deseaban.
Ya en la madrugada, se perdió entre las oscuras calles de la ciudad pensando que a ella, en realidad, nunca
le habían gustado los cuentos.

viernes, 18 de febrero de 2011

Tercera cosa importante: Es lo que tiene sentir y no contar.

  Ella se subió al autobús. Él la vio. Cómo no iba a verla si cada vez que estaba revoloteando a su alrededor el estómago se le encogía, el corazón se le aceleraba y el pulso empezaba a fallarle. Era demasiado esquemático pero, era lo que era y no debía darle demasiadas vueltas. Venía acompañada y, esta vez, no con sus amigas, si no con dos amigos, que se juntaron a otros dos, justo delante de él. Estaba guapa, sus ojos claros y hermosos y su aspecto, reluciente. Parecía que no tenía problemas, parecía que siempre tenía una sonrisa y buenas palabras para todo el mundo. Sabía manejar la situación. Estaba tranquila y charlaba con gusto; le gustaría poder decirle que se sentaran juntos, que tenían que hablar y que tenían mucho tiempo que recuperar. Pero no podía, no sabia cómo hacerlo y, además, era pensar en acercarse y mirarla fijamente, sin nadie de por medio, que le daba miedo, un miedo aterrador. No se sentía capaz de saludarla, porque eso implicaría no saber responder ante su sonrisa; o quizás el miedo que tenía era que a él a lo mejor no le dedicara una sonrisa y eso, quisiera o no, no podría soportarlo. Estaba indeciso y no había nada ni nadie que consiguiera hacer nada para ayudarle. Sabía que ella tendría las palabras perfectas para él, o una sonrisa, o una mirada que le dijera que podía estar tranquilo, que todo saldría bien...pero su maldita cobardía no le permitía ni siquiera imaginarse eso por más de 5 segundos. Cinco segundos que, eran más que suficientes para que sintiera que el corazón le dejaba de latir por unos momentos y su respiración entrecortada le decía que esperara el momento. Pero habían pasado muchos momentos y demasiadas oportunidades y, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a la realidad y hacerlo. Pero no sabía cómo, ni cuando. En ese momento, ella se giró y él apartó la vista. No, no se veía capaz. Entonces, el miedo volvió a apoderarse de él, otra vez.
   Ella sonrió y se puso a escuchar música. Dos filas más alante, la cosa no parecía estar mejor. La cabeza le daba demasiadas vueltas. "No deberías preocuparte tanto, lo que tenga que ser, será y no vas a conseguir nada martirizándote así". Pero no era fácil; porque solo ella sabía lo difícil que era desprenderse de él y de cuanto significaba. Nunca había pasado nada pero, después de tantos meses, parecía que no podían vivir el uno sin el otro, que se necesitaban para seguir, que podían entenderse a la perfección y que estaban más unidos de lo que se imaginaban. A la vez, todo le parecía absurdo, nada tenía sentido y no sabía cuál se suponía que era el siguiente paso a seguir. De repente, se dio cuenta de que la canción que estaba escuchando no le gustaba desde hacia tiempo; era demasiado distinta de como veía las cosas ahora; así que, cambio de canción, a una que le gustaba de verdad, que le hacia sentirse bien, pensar con claridad o, mejor aún, no pensar en nada en absoluto. Llegó a la conclusión de que no adelantaría nada pensando de más, si no todo lo contrario. Y en ese momento, sonrío. Se perdió entre las líneas de la autopista mientras alguien, un poco más atrás, la miraba embelesado.
  Es lo que tiene sentir y no contar.

lunes, 14 de febrero de 2011

Segunda cosa importante: enamorarle y hacer que venga.

  Él la miraba pero no se atrevía a acercarse. Ya ni siquiera se atrevía a mantenerle la mirada,  le ponía muy nervioso, le hacía sentirse más inseguro y le daban ganas de salir corriendo. Porque no se atrevía a hacer otra cosa. Le gustaba verla, observarla, tenerle cerca e incluso le encantaba oirle hablar. Pero a pesar de lo que le dijeran, no era capaz de acercarse, no era capaz de decirle la verdad ni de hacer lo que realmente deseaba. Parecía que cuando no estaba todo era posible, parecía que sería capaz de acercarse y darle un beso lento e interminable, para que nunca lo olvidara; pero era verla y todo se daba la vuelta. Le descolocaba. Le gustaba. Le gustaba demasiado. Había conseguido enamorarle siendo ella. Sin mas complicaciones que su manera de ser. El verla en tantos momentos distintos le había hecho ver cómo podría ser la vida a su lado. Y le gustaba lo que veía. Le gustaba mucho.
  Y quería llegar a ella, pero había algo que le daba miedo. Tenía miedo de no estar a la altura, de que ella quisiera una cosa y él otra. Porque ni él sabía ya lo que quería. 
  Esto se le había ido de las manos, y no sabía que hacer. Quizás lo mejor fuese hacer caso a sus amigos y hacer algo, luchar y hablar con ella, pero no podía, le superaba esa situación. Tenía que hacerlo, pero solo el pensarlo le daba pánico. Quizá fuera porque en caso de pérdida él saldría muy dañado. Pero tampoco le daba por pensar en todo lo que ella había hecho para conseguir eso, no se daba cuenta de como le miraba, porque no le mantenía la mirada, no se daba cuenta de lo que le importaba, porque hacía como que no le prestaba atención. Ella mostraba muchas cosas que él no era capaz ni de decirse a  sí mismo. Tenía que hacer algo. Y sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a eso.

domingo, 6 de febrero de 2011

Primera cosa importante: olvidarle.

  -Estoy dispuesta a hacerlo. Solo tienes que decirme cómo.
 -Pues bien, lo primero que tienes que hacer es tenerlo claro. Mientras no estés segura, ni me escuches. Pero cuando lo estés, hay una serie de cosas que deberás hacer:
1º paso: No hables de él, con nadie. Has tomado esa decisión. Por tanto, no debe ser comunicada. Espera a que te digan lo sorprendidos que están de que no digas ni su nombre. Cuando eso ocurra, sonríe, has superado con éxito el primer paso.
 -¿Y después? 
 -No hay después. Debes ir combinando todos los pasos a la vez, poco a poco, para llevar a cabo el plan con éxito. Sabiendo esto, te daré un 2º paso: No lo localices. Sé que lo haces, pero debes dejar de hacerlo. Si, por una casualidad lo ves, hazlo, no pasa nada. Nos fijamos en mucha gente a lo largo del día. Si puedes evitar estar en su campo de visión, hazlo. Que se den cuenta de que no te importa verlo o no.Como bien sabes, él o alguien de su entorno te observarán, por lo tanto,
3º paso: Sonríe, siempre. Ya sé que es tu filosofía de vida, pero sobretodo cuando estés en un sitio en el que puede estar él, o en el que esté él, debes mostrarte feliz. Como siempre. Él no puede alterarte, ni mucho menos. Además, no puedes mirar, casi ni por casualidad. Que se te note a gusto, tranquila y relajada. Que se den cuenta de que su presencia no te altera en absoluto. No trates de llamar la atención. 'Sé tú misma', siempre. 
4º paso: Haz que te eche de menos. No es difícil y no va a significar recaer, ni mucho menos.  Está acostumbrado a que lo observes, y lo sabes. Por lo que tan solo debes combinar los 3 pasos anteriores con éxito. Sabes que estarás observada; por lo tanto, sonríe, pásalo bien, que vea que no es necesario para tí, que sabes vivir sin sus gestos, sin su presencia, sin su mirada...que no te importa que ronde alrededor, porque hay mucha más gente que él, y mucho más importante.
5º paso: Fíjate en otros. Da igual que se dé cuenta o no. Tienes ojos en la cara, ¿no? Pues úsalos. Tontea y convéncele y convéncete de que no es el único en el mundo, ya sabes que eso no le va a gustar mucho.
6º paso: No te comas la cabeza. Las cosas llegan solas. Así que, disfruta y cumple objetivos.
7º y último paso: Observa los resultados.
¿Te sientes preparada y fuerte para conseguirlo?
 -Lo suficiente como para hacer que se arrepienta.
 -Así me gusta.

Comenzamos.

  Para empezar, creo que es muy importante confesar que no tengo suerte en el amor, cosa que no significa que sea desafortunada. Lo que quiero decir es que respecto a este tema me ha pasado de todo: bueno, malo y, sobretodo, raro.
  La vida muchas veces nos pone a prueba de diversas maneras. A mí, me pone a prueba en este terreno y me hace darme cuenta de lo feliz que estoy siendo soltera. Porque el amor, como todo, hay que tomárselo como algo divertido y entretenido, nunca como una obligación a la que si no se llega en determinado momento de tu vida significa que has fracasado. Para nada. Es importante sacarse esa idea de la cabeza. 
  Por lo tanto, desde mi punto de vista, siempre divertido y un tanto alocado, y desde mis experiencias, trataré de contar y escribir de la mejor manera posible muchas situaciones que vivimos y nos parecen extrañas, pero que son más habituales de lo que pensamos.
  Yo, que soy un desastre, tengo que comunicar la idea de que el hecho de que no salgan las cosas en el amor como esperábamos, es tan divertido y común para mí, como irse de viaje y olvidarse el billete de avión en casa.