viernes, 4 de noviembre de 2011

Cuando lo importante deja de ser el amor a los demás y pasa a ser el amor a tí mismo.

  Se sentó en el bordillo de aquel muro de piedra. El aire le revolvía el pelo y la brisa marina se le escondía debajo de la ropa. Delante suyo, el mar se antojaba infinito y la incertidumbre, mucho mayor que el final de aquellas vistas, donde el mar y el cielo ya no eran capaces de diferenciarse a la vista de unos simples ojos humanos. El atardecer acudía lentamente, mientras el sol se resistía a marcharse. La playa estaba vacía, como tantas veces. Pero en este momento, miró a su alrededor y no había nadie; aunque tampoco buscaba una persona en la que refugiarse. Por aquella cabeza rubia habían pasado pensamientos e ideas que no quería recordar. Imágenes de aquellos tiempos que le gustaría olvidar.
  Se apartó el pelo de la cara, inquieta. Estaba muy perdida; había pasado unos meses un tanto complicados, había echado más de una lágrima y no sabía muy bien a dónde ir en momentos como ese. En esa playa, parecía que la calma volvía a ella, le daba la sensación de que todo iba a salir bien, de que lo peor ya había pasado y de que no había sido tan grave como a veces podía parecer.
  Pero tenía que reconocerse a sí misma que lo había pasado mal, que le estaba costando salir de aquello y que no era fácil sentarse un día, ponerse a llorar, sin más y reconocerse que no estaba bien, que había un problema y que debía solucionarse porque si no, acabaría con ella.  Tampoco era fácil el hecho de fingir que no pasaba nada ante los demás, porque muchas veces, era difícil, era muy difícil. Y todo por la sencilla razón de que cuando tienes un problema, se te presentan fantasmas constantemente, en cualquier lugar. Y debes aprender a enfrentarlos, a evitarlos. Y no por callarte eres más fuerte, pero hace falta mucha valentía para contar las cosas. Y ella, la había afrontado dos días para rozar el problema. No había sido capaz de hacer ni decir más.
  Estaba cansada de algunas cosas y personas, pero no lo podía evitar. Echaba de menos a otras tantas y no era fácil estar lejos de gente que necesitas cerca. Y todo, porque se sentía obligada a elegir en algunos momentos y no sabía cómo había llegado a esa situación. Todo había empezado un 14 de abril, lo sabía perfectamente. Como también sabía que su vida había estallado un 18 de julio, en el que todo se rompió, en el que todo, quisiera o no, cambió para nunca volver a ser igual. No quería que nadie viniera a salvarla, pero a veces, quizás no nos venía mal un compañero al que confiarle nuestros secretos; esos secretos que quieres chillarle al mundo, pero que no puedes hacerlo.
  Se levantó y se puso a caminar. Caminó lentamente por las piedras hasta que llegó a la arena. Se descalzó y comprobó que la arena estaba fría. Siguió caminando mientras se desvestía. El agua le rozó los pies. No paró de caminar hasta que el agua le llegaba por encima de la cintura. En ese momento, se metió en el agua de lleno y se puso a nadar. No quería saber nada; de nada ni de nadie. Necesitaba descansar de todo un rato. Habían pasado muchos meses desde la última vez que había estado allí, muchos cambios que debía asimilar; aunque a veces, le apeteciera todo menos eso, asimilar. No sabía que vendría ahora, lo único que tenía claro, es que saldría de esta, que podía conseguirlo.

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