martes, 1 de mayo de 2012

14 de abril


                                                                                                 
 Las lágrimas comenzaron a salir tan rápido como la fuerte lluvia chocaba contra la ventana de aquella habitación. Miraba para afuera con nostalgia de buenos momentos, previos a una caída en picado. A veces, queremos evitar tanto que salga todo lo que tenemos dentro, que el día que nos soltamos a llorar, el alivio resulta infinito.
   No pudo evitar acordarse de muchas cosas, de muchas personas que habían pasado por su vida. Y sobre todo, de algunas pocas especiales que ya no estaban y que echaba de menos. La distancia a veces, es la que marca los tiempos. Pasamos de estar un día en el parque columpiándonos, a columpiar nuestra vida cuando llegamos a la mayoría de edad.
   Se miró al espejo y vio un calendario reflejado. Hoy era 14 de abril. 14 de abril. Nunca olvidaría esa fecha. Hacía un año que la suerte la había acompañado hasta límites insospechados. Un secreto guardado en el cajón de los problemas y que había desembocado en muchos más que, le gustase o no, habían marcado la dirección de su vida los últimos meses.
   Un año después, parecía que todo iba volviendo poco a poco a la normalidad. Tras muchas subidas y bajadas y demasiados golpes, había superado el mayor problema al que se había enfrentado en su vida. Sabía perfectamente cuáles eran los dos motivos principales que lo habían causado: esa fecha en el calendario y muchos sentimientos revueltos e inesperados.
   Se sentó en el sofá. La pregunta que se hacía ahora, era si en algún momento de su vida iba a ser capaz de confesarle a alguien todo por lo que en realidad había pasado. Conociéndose, sabría que no lo haría, pero que lo único importante, era aceptar las cosas tal y como vinieran, y que después de un gran golpe, lo único que necesitabas era buena compañía y descansar. Y por supuesto, no dejar de sonreír por grave que hubiese sido el problema.

martes, 3 de abril de 2012

Buscando sin buscar, paseando sin pasear.


Cogió su chaqueta negra de cuero y salió a la calle de la gran ciudad. Una leve brisa le alborotó el pelo. Se abrochó la chaqueta y se puso a caminar. El sol se iba despidiendo tímidamente, como si le diese miedo molestar a esa pareja que se daba un tierno beso esperando en un semáforo para cruzar, o a aquella abuela
que le daba un cálido abrazo a su nieto de coloretes sonrosados.
   Ella siguió caminando sin rumbo; simplemente le apetecía dar un paseo, en solitario. Sin más preocupación por el momento que sus propios pasos. Porque al final en eso se basaba todo, en los pasos que seguías; los que cambiabas de repente, los que no diste; los que diste precipitadamente o más tarde de la cuenta. Pero, a fin de cuentas, los pasos que te llevaron a ser como eres y a vivir la vida tal y como la vives.
   Porque somos nosotros los únicos capaces de cambiar nuestra propia vida y hacer que funcione o vaya al revés; así como los únicos de decidir qué queremos para nosotros. Solo tienes que tener la fuerza de voluntad necesaria para luchar por aquello que crees merecerte y las ganas suficientes para no parar tus objetivos por muy difícil que sea el camino.
    Porque va a ser difícil, eso debes tenerlo claro. Como también debes tener claro que “el que algo quiere, algo le cuesta”, y que debes luchar sin rendirte a la primera de cambio. Con las manos en los bolsillos y paso lento pero firme, caminó un rato más. Caminó hasta que, sin esperarlo, vio una conocida figura a la luz del atardecer. Sonrió. Parecía que alguien más había decidido a dónde dirigir sus pasos.
   Una cosa la tenía clara: por mucho que manejemos nuestra forma de ser y llevar las cosas, no podemos manejar las llamadas “casualidades”, ni mucho menos la vida de los demás; porque si la vida está empeñada en algo, sucederá, por mucho que te interpongas. Y si te fijas, las casualidades, nunca lo son. Ella, no iba a llevarle la contraria, así que se acercó y dejó que la vida le sorprendiera, una vez más. Porque había aprendido que, la buena compañía, nunca está de más.
   

lunes, 19 de marzo de 2012

"Con respirar y sonreír es más que suficiente."


   Después de todo lo pasado y tras una intensa lucha interna que no había terminado aún, se sentó en la arena frente al mar y, por un momento, no pensó más que en lo fácil que eran las cosas y lo difícil que podían volverse en un solo segundo. Porque se dio cuenta de que la vida no deja un respiro, que cambia constantemente nuestra situación, nuestro día a día e incluso a nosotros mismos.
   En el camino de aceptar los cambios, podíamos enfrentarnos a ellos de dos maneras: lamentándonos por los malos tiempos pasados, o sonriendo porque habíamos vivido muchos buenos y debíamos seguir buscando otros tantos todos los días. Ella prefería la segunda opción; era de los que recurría a la sonrisa como medio para todo y, a pesar de las grandes dificultades que había atravesado los últimos meses, le había servido para superar todo tipo de secretos inconfesables que un día decidieron estallarle en la cara.
   No iba a darle más vueltas. Había aprendido que quizás pedir ayuda a tiempo también era una buena forma de superar un problema. Pero ella se había dado cuenta tarde. Aún así, con la sonrisa permanentemente en la cara, sabía que podría con todo, porque ya había podido con demasiado.
   En este momento de su vida, en el que intentaba que ésta volviese a funcionar, no se iba a dejar afectar por más tonterías que las que le hicieran sonreír. Porque había muchas cosas que no merecían la pena y no quería dedicarles tiempo. Además, también había aprendido que, si tú no estás bien, no puedes dedicarte a nadie más que a ti mismo y a solucionar tus problemas. 
   Mientras colocaba sus ideas, decidió que, por el momento, “con respirar y sonreír era más que suficiente”.

jueves, 5 de enero de 2012

15 cosa importante: darte cuenta de que las personas no aparecen por casualidad

   El corazón le palpitaba intensamente. Parecía que se le iba a salir, que iba a estallar dentro. Se inquietó, no le gustaba nada todo aquello. Ese remolino de sentimientos iba a acabar con ella en cualquier momento. Se sentó en la cama y miró la luz del despertador: eran las 3 y media. Y allí seguía. Sin pegar ojo. Su tranquilidad había dado paso a un intenso insomnio en las últimas semanas. A pesar de que las cosas iban mucho mejor en su vida; a pesar de que estaba afrontando el problema con la valentía y madurez suficiente. Necesitaba ayuda, necesitaba tener a alguien a su lado que le dijese que todo iba a estar bien, pero ella nunca pedía ayuda.
   Se lo pensó. Varios minutos. Hasta que decidió coger el teléfono. Abrió la agenda y buscó. De repente, un nombre. Ése nombre. Paró en seco. No sabía qué hacer. Dudaba. Después de otros tantos minutos, dejó el teléfono.  Se tumbó en la cama, pero el corazón le impedía escuchar el silencio. Volvió a coger el teléfono y, esta vez, marcó.
-¿Ha pasado algo?
-Sé que no son horas de llamar a nadie, sé que quizás tú no seas la persona a la que debería llamar. Pero eres la única persona con la que cuento en este momento.
-Voy para allá.
   Colgó el teléfono. No sabía qué había sido eso que la había impulsado a llamarle. Pero a veces, aparece una persona en la que confiamos, que conoce cosas que ni siquiera saben los que más nos quieren, que ni siquiera nos reconocíamos a nosotros mismos antes de confesarlo. Pero quizás esas sean las personas que nos hagan volver a la realidad, que nos ayuden a recuperarnos a nosotros mismos y a darnos cuenta de cómo éramos antes de todo esto.
   Decidió dejar de pensarlo. Le iba mejor cuando no lo hacía. Cada vez se daba más cuenta de que, nuestros mayores confidentes, pueden ser nuestros mayores desconocidos. Y eso, le gustaba.
   Se levantó de la cama. Fue hasta la cocina y dejó el teléfono sobre la mesa. Lo mejor que podía hacer era hacerse una tila y sentarse. La compañía le vendría bien.