jueves, 5 de enero de 2012

15 cosa importante: darte cuenta de que las personas no aparecen por casualidad

   El corazón le palpitaba intensamente. Parecía que se le iba a salir, que iba a estallar dentro. Se inquietó, no le gustaba nada todo aquello. Ese remolino de sentimientos iba a acabar con ella en cualquier momento. Se sentó en la cama y miró la luz del despertador: eran las 3 y media. Y allí seguía. Sin pegar ojo. Su tranquilidad había dado paso a un intenso insomnio en las últimas semanas. A pesar de que las cosas iban mucho mejor en su vida; a pesar de que estaba afrontando el problema con la valentía y madurez suficiente. Necesitaba ayuda, necesitaba tener a alguien a su lado que le dijese que todo iba a estar bien, pero ella nunca pedía ayuda.
   Se lo pensó. Varios minutos. Hasta que decidió coger el teléfono. Abrió la agenda y buscó. De repente, un nombre. Ése nombre. Paró en seco. No sabía qué hacer. Dudaba. Después de otros tantos minutos, dejó el teléfono.  Se tumbó en la cama, pero el corazón le impedía escuchar el silencio. Volvió a coger el teléfono y, esta vez, marcó.
-¿Ha pasado algo?
-Sé que no son horas de llamar a nadie, sé que quizás tú no seas la persona a la que debería llamar. Pero eres la única persona con la que cuento en este momento.
-Voy para allá.
   Colgó el teléfono. No sabía qué había sido eso que la había impulsado a llamarle. Pero a veces, aparece una persona en la que confiamos, que conoce cosas que ni siquiera saben los que más nos quieren, que ni siquiera nos reconocíamos a nosotros mismos antes de confesarlo. Pero quizás esas sean las personas que nos hagan volver a la realidad, que nos ayuden a recuperarnos a nosotros mismos y a darnos cuenta de cómo éramos antes de todo esto.
   Decidió dejar de pensarlo. Le iba mejor cuando no lo hacía. Cada vez se daba más cuenta de que, nuestros mayores confidentes, pueden ser nuestros mayores desconocidos. Y eso, le gustaba.
   Se levantó de la cama. Fue hasta la cocina y dejó el teléfono sobre la mesa. Lo mejor que podía hacer era hacerse una tila y sentarse. La compañía le vendría bien.

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