martes, 3 de mayo de 2011

13 cosa importante: cuando necesites algo, pídelo

Se sentó sobre la camilla y se tocó la cabeza. Le dolía; le dolía bastante. No recordaba prácticamente nada de lo ocurrido, sólo sentía voces y alguna que otra lágrima de dolor en su cabeza. Pero nada más. Sabía que estaba en un hospital, pero no tenía ni idea de por qué.
-No, no cariño  no te levantes, estás muy floja todavía como para levantarte.-Se giró y vio a una enfermera con unos kilos de más, el pelo teñido de rojo y una sonrisa que enamoraba. Ese tono de voz dulce le decía que debía hacer caso, así que se tumbó de nuevo.- No se puede ser tan rebelde chica, que eso no lleva a ninguna parte. Bueno, dime ¿Cómo te sientes, estás mejor?
No sabía qué contestar. Así que se dignó a devolverle la sonrisa a la amable enfermera y se dio cuenta de que había entendido su reacción.
-Me lo suponía. No te acuerdas de nada…pero bueno, todo a su tiempo, te has llevado un buen golpe.
-Buenos días.- Una reluciente sonrisa y una voz grave sonaron detrás de la enfermera. – Soy el doctor García, me alegro de que estés  bien, te has llevado un buen golpe. – Miró a la enfermera y asintió- Bien, supongo que no te acuerdes de nada, así que te resumo: has tenido un accidente de moto, perdiste el control, no se sabe por qué, pero lo perdiste; te saliste en una curva y la moto ha quedado destrozada.  Necesitas descansar y reposar, asimilarlo y contarnos los máximos detalles que recuerdes, pero no te preocupes, no es necesario que sea ahora. Aún sigues en estado de shock así que tardarás un rato en tener ganas de hablar. Mientras tanto, ¿quieres que avisemos a alguien de que estás aquí? – No dijo nada. Sólo dijo que no con la cabeza. Mientras se recostaba y se ponía a pensar. Todo le daba vueltas y vueltas, le venían demasiadas cosas a la cabeza y no sabía cómo empezar a colocarlas.
De repente, algo estalló. “¿Qué ha pasado? “ Dijo él mientras entraba en el baño. “Nada, se me ha caído un vaso, eso es todo”. Sin decir nada más, él se dio la vuelta y salió. En silencio, como siempre, como si no le importara en absoluto. Como si le diera exactamente igual que el lavabo estuviera lleno de sangre y sus ojos llenos de lágrimas. Como si no se hubiera dado cuenta de que el vaso no se había caído; porque sólo debería haber mirado al espejo que estaba en frente de la puerta, roto, rajado de arriba abajo. Y ella empezó a llorar, a llorar con muchísima fuerza, con mucho dolor, con rabia contenida. Como si todo lo que le había pasado los últimos meses hubiera salido en forma de rabia descontrolada y de lágrimas que tenían prisa por salir, que no podían seguir allí dentro. Se arrodilló en el suelo y siguió llorando. De repente, unos brazos la rodearon y una voz serena y tranquila, inquebrantable, le dijo que estuviera tranquila, que no iba a pasar nada.
Pero ella no se lo creía, ya no se lo creía. No se creía nada que saliera de la boca de aquel chico tierno que apetecía abrazar a todas horas, porque él nunca tenía tiempo para darle ni uno sólo de esos abrazos. El mero hecho de demostrar que él no necesitaba esas cosas, le hacía a ella resignar de lo mismo. Y no quería. Porque había llegado un momento en el que era más importante el que ella estuviera bien a que él mantuviera si estúpida imagen.  
Se levantó y se limpió la herida de la mano. “¿Pero, cómo ha podido pasar?  Te has hecho daño, deja eso, yo lo recogeré. Déjame que te ayude, por favor.” Pero ella no escuchaba, no era momento de escuchar más. Le miró y le dijo: “Estoy harta, no puedo más con tu pasotismo, con que no quieras que nos vean juntos, ni que seas capaz de dirigirme una puta palabra en público.  Hasta las paredes reciben más atención de ti que yo”. “Sabes que no es así, sabes que me tienes cuando me necesites, cuando quieras”. “Eso no vale; quiero que por una vez me sorprendas y me digas cuánto me brillan los ojos, lo guapa que estoy o las ganas que tenías de verme.  Que me lo digas cuando menos me lo espere, que no me haga falta pedírtelo. No creo que sea tan difícil. Además, pensé que te gustaba verme sonreír”. Él se puso pálido; está claro que no se lo esperaba. Pero en vez de hacer nada, musitó un “como quieras” y salió del baño. Nada; no había sido capaz de hacer nada, ni de abrazarle, de darle un beso y decirle no seas tonta que es mentira. No, se había ido, la había dejado sola, sola cuando peor la había visto. Fue a la habitación y cogió unas llaves. Sin pensárselo dos veces salió por la puerta mientras él se quedaba mirando cómo se iba sin hacer nada; su palidez aumentó.
Ella abrió la puerta del garaje y encendió la luz. Allí estaba. Su querida y apreciada moto. Cogió el mono que guardaba cuidadosamente en un armario, se lo puso, y posteriormente hizo lo mismo con las botas.  Se subió en la moto y arrancó con fuerza; hacía mucho que no la escuchaba ronronear. Se puso el casco y salió del garaje.
Tomó cada una de las calles de la ciudad bañadas por la luz de las farolas con mucha suavidad y agilidad, tal y como era característico de ella. Calle por calle, hasta que salió de la ciudad y salió a la autopista, para desviarse un poco después a una carretera secundaria. De las que tenían curvas; de las que valían de verdad. Hasta que fue a tomar una de ellas. Y vino su imagen a la cabeza: la de aquel chico tranquilo y sereno que le hacía sonreír y le endulzaba la cara. No le gustaba comerse el orgullo, pero a veces, sentía que hacía bien en tenerlo cerca, porque el chico merecía la pena, le hacía sentirse a gusto.
Se despertó de repente. Buscó un reloj pero, a pesar de que no sabía qué hora era, sabía que habían pasado muchas horas. Miró a su alrededor y vio su teléfono. Quizás se agobiaba ella sola, quizás él no había hecho nada. Así que decidió que le avisaría de dónde estaba, de que quería un abrazo. Y lo pediría. Nada más, simplemente eso. Porque sabía que pedirlo era la forma más fácil y clara de tener las cosas, y porque sabía que, además, él no le pediría explicaciones y no le haría hablar cuando no tuviera ganas. Cuando se iba a poner a marcar el teléfono, se fijó en algo. Había una nota encima de la mesa que decía: “Espero que te recuperes pronto.  Estaré cerca por si me necesitas, y si quieres un abrazo, pídemelo, por favor Fmdo: BJ.” Sonrió. Y es que, se dio cuenta, de que el teléfono no había venido con ella.

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