Suspiró. Se sintió preparada para hacerlo, mientras el ruido de la ciudad la protegía en un bonito y tranquilo atardecer. Era hora de hacer las maletas, otra vez. Pero lo último que sentía era miedo. Tenía ganas, muchas ganas de ser libre, de sonreírle a todo el mundo y de encontrar nuevas y mejores oportunidades. Dicen, que si algo no ocurre es porque hay algo mejor esperando; y ella, tenía los brazos abiertos para recibirlo.
Abrió la puerta de casa, se quitó la chaqueta y se tumbó en el sofá. La verdad, es que no le apetecía hacer las maletas, no le apetecía irse. Estaba muy a gusto en su casa y, había decidido, que de allí no se iba a mover. Había decidido disfrutar de lo que tenía a su alrededor, de aquello que le hacía realmente feliz.
Hizo varias llamadas en busca de compañeros para una noche divertida en casa. Al día siguiente, empezaría una nueva vida para ella, aunque él estuviese alrededor; y necesitaba buenos consejeros y una dosis de risas para saber hacerlo lo mejor posible.
Sonrió, porque había aprendido una gran lección: y es que, los problemas no se arreglan escapándose, sino rodeándote de la gente a la que quieres, en tu entorno de siempre, con tus risas de siempre. La mejor medicina, es enfrentar los problemas de frente y sin rodeos.
Sonrío y buscó un buen libro. Era momento de dedicarse a ella misma.
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